miércoles, 11 de diciembre de 2013

ZENOBIA, REINA DE PALMIRA

                        

                          ZENOBIA, REINA DE PALMIRA

Una mujer que pudo cambiar la Historia


 Septimia Bathzabbai Zainib, más conocida como Zenobia - (Nace aproximadamente el 23 de diciembre 245 – 247) Fue reina de Palmira entre los años 267 d.C. y 272 d.C. De esta reina guerrera se dijo que era más inteligente que Cleopatra y de igual o superior belleza. Un poeta la describió como: “Mujer de cabellos oscuros, señora del desierto sirio”.

   Fue una reina culta que dominaba a la perfección el árabe, arameo, griego y copto. Fomentó las artes, fue una gran administradora, política y guerrera. Manejaba el arco con tanta destreza como los famosos soldados de su ciudad, con frecuencia montaba a caballo y, a menudo, caminaba con los soldados tres o cuatro millas.

   Zenobia se casó con el rey de Palmira Septimio Odenato hacia 258 como su segunda esposa. Ella tenía un hijastro llamado Hairan, hijo del primer matrimonio de Odenato. Alrededor de 266 Odenato y Zenobia tuvieron un hijo, Lucius Iulius Aurelio Septimio Vaballathus Atenodoro, más conocido con el nombre de Vabalato. Era el segundo hijo para él, que tenía otro de su primera esposa. En el 267, el marido de Zenobia y su hijastro fueron asesinados, cuando Vabalato tenía solo un año de edad, por lo que su madre sucedió a su esposo y gobernó Palmira. A Zenobia y su hijo le fueron otorgados los títulos honoríficos de Augusta y Augusto.



   La ciudad oasis de Palmira, estaba situaba a unos 210 kilómetros al noreste de Damasco, en medio del camino del Mediterráneo, al oeste y del río Éufrates, al este. Ciudad importante para Roma en dos campos: el económico y el militar. Palmira era una ciudad claramente comerciante, como demuestran sus dos divinidades, Arsu y Azizu, dioses montados sobre un camello y un caballo respectivamente, que protegían las caravanas que traían riquezas a la ciudad desde el este y el oeste. Su ejército contaba con arqueros y catafractos, que eran unidades de caballería pesada en la que tanto el jinete como el caballo llevaban armadura. Con el tiempo Odenato se nombró a sí mismo, rey de reyes, probablemente para insultar al rey persa que solía adoptar este mismo título, Odenato mantenía firme la frontera oriental del Imperio Romano frente a los sasánidas.

   En el año 267 d.C. Odenato fue asesinado junto a su heredero, Septimio Herodes. Con su muerte el reino de Palmira pasó a su esposa, que proclamó emperador a su hijo Vallabato, actuando ella como regente, pues su hijo tenía algo más de un año. Zenobia, se ganó el respeto y el apoyo de sus súbditos gracias a sus dotes como administradora y su amplia cultura. Uno de sus consejeros fue el filósofo y retórico Casio Longino, que era conocido por ser “una biblioteca viviente y un museo andante”.

   Zenobia fortificó y embelleció la ciudad de Palmira con una avenida custodiada por grandes columnas corintias de más de 15 metros de altura. podían encontrarse cerca de doscientas estatuas en sus columnas y en las paredes del ágora. Las murallas que rodeaban la ciudad, según se decía, tenían 21 kilómetros de circunferencia. En el año 271 mandó erigir un par de estatuas de ella y de su difunto esposo. La ciudad contaba con una población que superaba los 150.000 habitantes y estaba llena de hermosos templos, monumentos, jardines y edificios públicos, entre ellos destacaba el Templo de Bel (Sol).



   En el año 268 d.C. Zenobia subleva al reino de Palmira e intenta crear su propio imperio, con la intención de dominar a los dos imperios que le flanqueaban; el Imperio Sasánida y el Imperio Romano. Gracias a sus campañas militares, creó un imperio que abarcaba toda la Asia Menor. En el 269 d.C. llegó incluso a dominar Egipto, aprovechando que en el reino faraónico se había levantado un pretendiente que disputaba el trono romano. Zenobia junto con su ejército marchó hacia Egipto y derrotó al rebelde, apoderándose del país. Se proclamó reina de Egipto y acuñó monedas con su nombre. En ese momento su reino se extendía desde el Nilo hasta el Éufrates. La llamaron "señora de Oriente".

   De Zenobia se dice, que cazaba con la pasión de los hispanos. Bebía frecuentemente con los generales, aunque normalmente era muy sobria; también bebía con persas y armenios con el fin de mostrarse superior a ellos. Utilizó vasos de oro con piedras preciosas en los banquetes, sirviéndose de aquellos que habían pertenecido a Cleopatra. Tenía la dureza de los tiranos, cuando la necesidad lo exigía; la clemencia de los buenos príncipes, cuando la indulgencia lo reclamaba. En materia religiosa fue bastante tolerante aunque se consideraba adoradora del dios Sol, a quien celebraba en el solsticio de invierno.

   Vivió con pompa real. Prefería ser venerada según los modos persas y dio banquetes a la manera en que lo hacían los reyes de esta nación. Según la costumbre de los emperadores romanos, marchaba a las asambleas públicas cubierta con un casco y ceñida con una faja de color púrpura, de cuya orla colgaban piedras preciosas, y que tenía en medio un brillante de forma de caracol, prendido como un broche de mujer y con uno de sus brazos desnudo.

   El emperador Aureliano, subido al trono en el año 270 d.C. Tras estabilizar la frontera del Danubio, mandó algunas de sus fuerzas hacia Egipto y el grueso de su ejército hacia el este a través de Asia Menor. Zenobia contaba con un gran ejército, formado por sus arqueros y catafractos comandado por dos generales. Pero Aureliano conquistó Egipto y lanzó sus fuerzas hacia Siria. Zenobia fue derrotada en Emesa (actual Homs), y se retiró a Palmira. Aureliano sitió la ciudad. Palmira había hecho acopio de víveres y confiaba en la fuerza de sus excelentes arqueros, esperaba resistir durante meses, pero gracias a los jefes árabes del desierto, que Zenobia había desdeñado, Aureliano venció la resistencia de la ciudad.

   Zenobia confiada en conseguir ayuda, se fugó junto a su hijo hacia Persia, para pedir la ayuda de Chapur, "Rey de reyes" de los persas, pero los romanos la capturaron en el río Éufrates, en el momento de embarcarse. Al llegar la noticia a Palmira la ciudad abrió sus puertas a los romanos, rindiéndose en el año 272 d.C. La ciudad de Palmira, recibió el perdón, pero unos meses después, ante el asesinato de la guarnición romana que el emperador había dejado en la ciudad por parte de sus habitantes, la ciudad fue saqueada y se derribaron sus murallas. Aunque Aureliano acabó para siempre con Palmira como potencia no destruyó la ciudad por completo, dejando que pudiera continuar con su existencia como modesto centro comercial. Actualmente, de la ciudad que un día rivalizó con las más imponentes del Imperio Romano, solo quedan ruinas de su glorioso pasado.



   No se sabe que ocurrió con su hijo Vallabato, el joven rey en cuyo nombre gobernaba Zenobia. Es posible que muriera en el momento que se rindió Palmira o quizá, como aseguran otras fuentes, murió cuando el barco que le transportaba hacia Roma naufragó ante las costas de Iliria. De Zenobia se dice que era tal su castidad que si no hubiera tenido el propósito de concebir, ni siquiera hubiera conocido a su marido. Pues, si en alguna ocasión se acostaba con él, mantenía su continencia hasta que llegaba la menstruación, por ver si estaba embarazada, y sólo en caso contrario le daba de nuevo la oportunidad de tener hijos.

  Se dice que Aureliano la perdonó y le dio una villa campestre cerca de la famosa villa de Adriano, donde estuvo el resto de su vida. En efecto, durante el desfile triunfal del año 274 d.C. en Roma, Zenobia que se jactaba de proceder del linaje de las Cleopatras y los Ptolomeos, desfiló con su diadema imperial y sus joyas, arrastrando unas pesadas cadenas de oro y diamantes que dos esclavos le ayudaban a sostener.

  Se conserva una carta de Aureliano que testimonia el peculiar cautiverio de esta mujer y cómo algunos de sus generales, le recriminaron que él, el más valeroso de los hombres, llevase en su triunfo a una mujer, como si se tratase de un general cualquiera, él envió una carta al senado y al pueblo romano, defendiéndose en estos términos: «... se me acusa de no actuar virilmente por llevar a Zenobia en el paseo triunfal. Aquellos que por esto me reprenden no podrían alabarme bastante si supieran qué mujer es ésta, si conocieran su sabiduría en las decisiones, su firmeza en las disposiciones y su severidad frente a los soldados; cuán generosa es cuando la necesidad lo requiere, y cuán rígida cuando la disciplina lo exige. Y no hubiera respetado su vida si no se supiera que ella fue muy útil al Estado romano, al retener para sí o para sus hijos el poder imperial en Oriente. Así, pues, que éstos, a los que nada complace, guarden para sí el veneno de sus propias lenguas...."

  Cuando Aureliano la hizo prisionera, tras ser conducida a su presencia, la inculpó en estos términos: «¿Por qué, Zenobia, te has atrevido a desafiar a los emperadores romanos?». Dicen que entonces ella contestó: «A ti, que has vencido, te reconozco como emperador, a Galieno, a Aureolo y a los demás príncipes no los consideré tales. Confiando en que Victoria fuera semejante a mí, deseé, si la magnitud del territorio lo hubiese permitido, compartir con ella el poder real».

   Así, fue conducida en un paseo triunfal tan pomposo como ningún otro de los presenciados por el pueblo romano. Engalanada, en primer lugar, con unas gemas tan enormes que se fatigaba por el peso de sus adornos. Pues, según se dice, esta mujer tan valerosa se detenía a menudo diciendo que no podía soportar el peso de sus joyas. Además, sus pies estaban atados con cadenas de oro; sus manos, con unas esposas del mismo metal, y en su cuello no faltaba un grillete, también de oro, que sostenía delante de ella un bufón persa.

  El perdón de Aureliano se debió más a motivos políticos que a su caballerosidad. Aureliano, había observado que el sentimiento a favor de Zenobia recientemente había provocado otra revuelta en Palmira y en Egipto seguían existiendo simpatías por la reina de Palmira; así que era más fácil acabar con estas simpatías convirtiendo a su reina en una matrona romana viva, casada e instalada cómodamente en su casa cerca de Tívoli que mantenerla en la memoria como una reina guerrera martirizada en su lucha por la libertad.




                                   Fiesta de la Natividad

   Zenobia celebraba su propio nacimiento con el natalis invicti solis, coincidiendo con el solsticio de invierno, el 23 de diciembre. Los romanos que hasta entonces habían celebrado las fiestas saturnales durante una semana, en el año 274, Aureliano instauró la fiesta anual del Sol, el 25 de diciembre La acción fue de una gran repercusión. Cuando el imperio se hizo cristiano, y dado que en los libros sagrados no se establece en que época del año tuvo lugar el nacimiento de Cristo, se transfirió a esa fecha para que las personas a las que les gustaban las fiestas antiguas, pudieran convertirse al cristianismo sin abandonar sus festividades, encontrando más aceptable la nueva religión. Es curioso pensar que, en última instancia, es a la reina Zenobia a quien se debe el que la gente celebre la Navidad”.

(R.J.M./11.12.13)


"Zenobia mirando a Palmira"  Herbert G. Schmalz (1856-1935)
Fotos Internet
Natividad - Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682)

domingo, 1 de diciembre de 2013

HENRIETTA LEAVITT, ASTRÓNOMA DEL SIGLO XX


Henrietta Swan Leavitt
(1868-1921)

Nació en Lancaster, Massachusetts y se graduó en la la Universidad de Oberlin (1888) y posteriormente en la Universidad de Radcliffe, en 1892. En 1902 se convirtió en miembro permanente del personal del Havard College Observatoy. Pronto destacó por su capacidad y dedicación dirigiendo el departamento de fotometría fotográfica estelar. Pasó mucho tiempo buscando en las placas fotográficas de Harvard estrellas variables en las Nubes de Magallanes. Haciendo uso de un laborioso proceso denominado de superposición, en 1904 descubrió 152 variables en la Nube Mayor de Magallanes y 59 en la Nube Menor. Al siguiente año halló 843 nuevas variables en la Nube Menor de Magallanes.

La historia de Henrietta Leavitt es ciertamente desconocida para el gran público. No figura en muchos libros, ni es conocida a pesar de haber sido una mujer que hizo descubrimientos importantes en un mundo de astrónomos, tradicionalmente «sólo de hombres». Tal y como se cuenta, Leavitt no recibió grandes reconocimientos en su día, ni ninguna medalla, ni premio. Pasó a la historia sin que quedaran tras de ella demasiados documentos sobre su vida, buena parte de la cual sigue siendo un misterio.

En el Observatorio del Harvard College donde comenzó a trabajar para el astrónomo Edward Charles Pickering, muchas mujeres como ella realizaron trabajos de «calculadoras», en parte por vocación, en parte por afición, por lo que ahora equivaldría unos ocho euros la hora. Literalmente, se les pagaba por trabajar, no por pensar.

Las mujeres en Harvard, no podían matricularse en la universidad, mucho menos dedicarse a algo que no fuese ser maestra, costurera, criada o cuidar de su hogar. ¿Por qué contrató Pickering a mujeres? Eran más meticulosas, sistemáticas y habilidosas clasificando estrellas, tenían una mayor concentración y además le salían más baratas (como ahora mismo sucede) Fueron "las computadoras de Harvard".

     La relación periodo-luminosidad

Después de analizar miles de enormes placas fotográficas de las que se usaban a finales del siglo XIX y principios del XX, Henrietta Swan Leavitt se erigió en una de las astrónomas más destacadas del siglo XX, al establecer la relación entre la luminosidad de las cefeidas y el periodo con el que cambian de brillo. Descubrió que cuanto mayor era el brillo, más lentamente oscilaban; las más luminosas tenían periodos que superaban los 50 días, pero las más débiles podían hacerlo en sólo uno o dos días.

Este hallazgo, logrado por Leavitt en 1912, no sólo fue trascendental en el estudio de la naturaleza de las estrellas; también despejó el tortuoso camino hacia la comprensión de las verdaderas escalas cósmicas. Con el patrón establecido de la relación entre el periodo y la luminosidad, los astrónomos dispusieron de uno de los primeros métodos de cálculo efectivos para estudiar la distancia de estrellas lejanas, para las que el método de paralaje era insuficiente. Con éste, el movimiento de la Tierra alrededor del Sol nos permite comprobar el desplazamiento angular de una estrella próxima sobre el fondo del cielo, ya que nuestro planeta se separa unos 300 millones de kilómetros aproximadamente entre un extremo y otro de su órbita. Sin embargo, para los objetos más lejanos el margen es demasiado estrecho.

En la última década de siglo XIX, el Observatorio del Harvard College estableció en Perú una estación austral para fotografiar las constelaciones que no podían estudiarse desde la sede de Cambridge, en Massachusetts. Con el telescopio Bruce, el mismo que usó E. Emerson Barnard para su atlas de la Vía Láctea, se fotografiaron extensas áreas de los cielos australes, en especial las Nubes de Magallanes, cuyos estudios eran prácticamente inexistentes hasta ese momento por la circunstancia de que la mayoría de los astrónomos avanzados vivía en el hemisferio norte.

El Cosmos empezó a "verse". Harlow Shapley dijo en su día, "que le esperaba abundante labor al refractor de Bruce", pero después de la exploración de las Nubes de Magallanes con este instrumento "pasaron muchos años sin que las placas fotográficas nos ofrecieran más datos que los anotados así: «Gran cantidad de cúmulos de estrellas y de nebulosidades gaseosas que confirman las observacions visuales anteriores de Sir John Herschel y otros o también: «La extraordinaria riqueza de estrellas, que no se cuentan por centenares, sino por decenas de miles»". Pero Shapley añadía que "se había estado mirando a las Nubes de Magallanes durante 400 años, pero empezaron a verse a principios del siglo XX". Y ese logro fue obra de Henrietta Swan Leavitt, quien "sentada ante una mesa de trabajo en Cambridge estudiaba con su lente una confusa aglomeración de puntos negros sobre la placa de vidrio".

Durante toda su vida, el título profesional de Leavitt fue simplemente el de «ayudante» (assistant) y ella misma nunca pidió que la llamaran de otra forma. Padeció sordera al poco de comenzar su trabajo en el observatorio, que se acentuaría con los años, de modo que el silencio la acompañaría el resto de su vida. Murió de cáncer en 1921, a los 53 años. Tal y como cuenta Lightman, poco antes había dejado un testamento legando todos sus bienes y posesiones a su madre, en total no llegaban a los 345 dólares.

En 1925, cuatro años después de su muerte, el matemático sueco Gösta Mittang-Leffler escribió una carta a Henrietta Leavitt. Su intención era proponerla para ser nominada al Premio Nobel por sus trabajos sobre las estrellas variables y los cálculos de las distancias estelares. Sin embargo, y puesto que los premios Nobel no pueden ser entregados a título póstumo, nunca llegó a ser nominada.

Hoy en día, a modo de homenaje, el asteroide (5383) Leavitt y el Cráter Leavitt en la Luna deben su nombre a Henrietta Swan Leavitt, la gran astrónoma y «calculadora» americana.






sábado, 19 de octubre de 2013

Luisa de Medrano, Francisca de Nebrija


  Y otras mujeres universitarias

   Doctísimas Señoras:
Gracias a la correspondencia que mantuvieron con el humanista y cronista italiano Lucio Marineo Sículo, y a su libro Cosas memorables de España sabemos que usted, doña Luisa de Medrano, fue una de las primeras mujeres que ocupó un sillón en la Universidad. “En Salamanca conocimos a Luisa de Medrano, doncella eloqüentísima. A la que oymos, no solamente hablando como un orador, más bien leyendo y declarando en el estudio de Salamanca libros latinos públicamente”. Es difícil hallar algún otro testimonio sobre usted, a la que en ocasiones se la nombra como Lucía Medrana, es el caso del rector de Salamanca, Pedro de Torres, que confirma la obtención de la cátedra en 1508 exaltando su elocuencia y juventud. Se cree que nació en Atienza (Guadalajara), en 1484.

   Los Estudios Generales o Universidades de Cervera, Granada, Segovia, Sevilla, Toledo, Valladolid y sobre ellas, la de Salamanca a la que llegaron a concurrir siete mil alumnos, la mayor parte pertenecientes a la alta nobleza, y la recién inaugurada de Alcalá de Henares (1508) alcanzaron su mayor auge. “No es tenido por noble, -decía Pablo Giovio- el español que muestra aversión a las letras y a los estudios”.
No hay que ser muy sagaz para comprender que el número de mujeres afectadas por esta, “Costumbre no extendida fuera de España, esta de admitir a mujeres y que en este país dejó de serlo en tiempos posteriores”, fuese significativo en el ámbito europeo, aunque exiguo. De otro modo, el mismo Lucio Marineo no hubiese podido determinar: “Vimos los días pasados en la villa de Alcalá de Henares a la doncella Isabel de Vergara, (*) dottísima en letras latinas y griegas. Assí mismo, en Segovia, vimos a Juana Contreras, nuestra discípula, de muy claro ingenio y singular erudición”. Otra de las universitarias sobre la que tenemos noticias de su paso por la de Salamanca es Clara Chitera, que se hallaba inscrita en 1546.

   Fue en la Universidad de Alcalá de Henares donde usted, doña Francisca Martínez de Nebrija, impartió su docencia incluso es probable que naciera en ese mismo lugar, aunque la escasez de datos sobre usted es pareja a la de sus contemporáneas. Sólo sabemos que fue la única mujer de los siete hijos que tuvo su padre.
   Elio Antonio Martínez de Cala e Hinojosa, aquel que firmaba como “Nebricensis”, (latín) o como “N” en lengua romance para significar su procedencia de Nebrija, fue uno de los hombres más inteligente de Europa. De él sabemos que estudió Ciencias y Humanidades en la universidad salmantina y se trasladó a Italia donde anduvo por las universidades de Bolonia, Florencia, etc. Regresó de nuevo a España, en 1473 y conocemos su paso por las de Sevilla y Salamanca donde daba clases de Gramática y la recientemente fundada por el Cardenal Cisneros, donde impartía estudios de Retórica al tiempo que colaboraba en la elaboración de la Biblia Políglota Complutense.
   ¿Cómo podía alternar las clases entre una y otra ciudad?. Las distancias en su época se tardaban días en recorrerlas. ¿Acaso no será que desde el inicio usted, doña Francisca, asumió la enseñanza en el aula complutense?. Docencia que sólo sería reconocida a la muerte de su padre en 1522. Difícil es saber hasta dónde llegó su pluma y el espíritu heredado de una curiosidad intelectual como la de él. Unos conocimientos que abarcaron materias tan diversas como la arqueología, cosmografía, botánica, filosofía, teología, poética; que dio a la imprenta textos que van desde la revisión de discursos latinos y griegos, pasando por un Libro de la Educación; una Introducción a la Gramática latina y la famosísima Gramática de la lengua castellana con sus Reglas de Orthografía castellana.
   Nunca sabremos, doña Francisca, cuántos de esos libros estuvieron marcados por sus horas quitadas al sueño bajo la luz de las velas, pero sí que estamos seguros de su eficaz e incógnita colaboración.
  Hemos de agradecer la pervivencia de vuestros nombres por las alabanzas que sobre vosotras hicieron varones tan ilustres como el ya citado cronista italiano o Luis Vives en su libro Instrucción de la mujer cristiana, publicado en 1514. El pedagogo y filósofo reconoce las aptitudes intelectuales y el derecho a la instrucción que tenían las mujeres, dice : « Hay algunas doncellas que no son hábiles para aprender letras; así también hay de los hombres; otras tienen tan buen ingenio que parecen haber nacido para ellas o a lo menos, que no se les hacen dificultosas. Las primeras no se deben apremiar a que aprendan; las otras no se han de vedar, antes se deben halagar y atraer a ello y darles ánimo a la virtud a que se inclinan”.
   Isabel Losa o de Córdoba, como se la conoce por haber nacido en la ciudad andaluza hacia 1473, es otro de los nombres incorporados al florilegium de féminas graduadas, -gracias a Luis Vives-, que dice haber llamado su atención por sus estudios de latín, griego y hebreo y su saber en filosofía y teología, disciplinas en las que obtuvo el título de Doctora, alcanzando a departir desde el púlpito sobre ambas materias durante su estancia en Italia. Tras la muerte de su esposo ingresó en la Orden de las clarisas y fundó varios centros de beneficencia, muriendo en 1546 en la capital italiana.
  El derecho a saber debía ajustarse a las facultades propias del sexo y desgraciadamente el espíritu de la Reforma y Contrarreforma acabó con las aspiraciones femeninas y hacia 1590 se cerraron las puertas universitarias que no volverían a abrirse para las mujeres hasta bien entrado el siglo XX.
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   Mis doctas señoras: Vuestra independencia intelectual no puede dejar de sorprendernos, aunque ésta estuviese limitada a las clases privilegiadas vuestra actitud propició el auge de la cultura y el ser conocidas como puellae doctaes en toda Europa, sin embargo, también fuisteis las que con el tiempo visteis como erais tratadas de forma despectiva en amplias esferas sociales y sobre vosotras recayó el dicho popular:“Ni moza adivina, ni mujer latina”.
   Comenzó a imperar el pensamiento de Fray Luis de León quien expuso su retrato modelo de mujer cristiana, en su obra La perfecta casada dice: “Así como a la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias, ni para los negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico, así les limitó del entender, y por consiguiente, les tasó las palabras y las razones”
.... “Y pues no las dotó Dios ni del ingenio que piden los negocios mayores ni de fuerzas que son menester para la guerra y el campo, mídanse con lo que son y conténtense con lo que es de su suerte, (y entiendan en su casa, y anden en ella) pues las hizo Dios para ella sola”.
   Las mujeres ávidas de cultura a las cuales ustedes representaron, se vieron confinadas a las rejas del hogar o del convento y se generalizó la idea de que la instrucción era perniciosa para las féminas siendo objeto de mofa en sátiras como, La culta latiniparla, de Quevedo o Calderón de la Barca que tampoco le fue a la zaga, cuando hace exclamar a uno de sus personajes, en su obra No hay burlas en el amor:
...”más remédielo yo
aquí el estudio acabó,
aquí dio fin la poesía,
libro en casa no ha de haber
de latín que yo no alcance.
Unas horas en romance
le bastan a una mujer,
labrar, bordar y coser
sepa sólo, deja al hombre
ésto, que te he de matar
si algo te escucho nombrar
que no sea por su nombre.

   ¡Ay!. Estos hijosdalgos que al comprobar la claridad de las mentes femeninas no se atreven a ponerlas en su círculo y temiendo no estar a la altura, tragan saliva e imponen sus cotas.
   Recibid nuestra admiración y respeto con flores de salvia.

  




(*) Es muy probable que sea la misma Isabel de Vergara a la que se atribuyó la traducción del libro de Erasmo, que María Cazalla negó haber escrito.

domingo, 15 de septiembre de 2013

MILEVA MARIC. La otra cara de Einstein



MILEVA MARIC

La otra cara de Einstein


   Mileva Marić (1875 -1948) Nació en Titel, en la provincia de Vojvodina, (actualmente, Serbia) Era la tercera hija de una acomodada familia. Fue una matemática que dio clases a quien sería su marido. Albert Einstein, la primera colega y confidente de él. 

    En 1896 Mileva y Albert se conocieron en el Instituto Politécnico Federal de Zurich estudiando la carrera de física. Ella era la única mujer inscrita en matemáticas y fue la primera mujer que se licenció en física. Einstein comenzó sus estudios el mismo año. Más tarde, en 1901, Mileva tuvo que abandonar el Instituto, al quedar embarazada antes de casarse, Tuvieron una hija de nombre Lieserl, la cual se cree que fue dada en adopción, aunque su verdadero destino es incierto. Mileva Marić abandonó el politécnico de Zurich sin ningún certificado y no continuó su doctorado. Él no llegó a ver a su hija y el tema se mantuvo en secreto, hasta que unos biógrafos descubrieron unas cartas de Mileva enviadas a sus padres. 

   Si bien los biógrafos del genio coinciden en que “los dos eran bastante feos”, Mileva reúne más defectos al decir de ellos: no sólo cojeaba a causa de una coxalgia congénita (artritis muy dolorosa), sino además era taciturna y ¡cuatro años mayor que él! La madre de Einstein, una alemana xenófoba, no vio nunca con buenos ojos a la serbia: “Ella es un libro, igual que tú..., pero tú deberías tener una mujer. Cuando tengas 30 años, ella será una vieja bruja”. Como sea, la pareja se flechó porque hablaban el mismo lenguaje: ella le dio clases de matemáticas, que nunca fueron el fuerte de Eisntein, preparaban juntos sus exámenes y compartían el interés por la ciencia y la música. En 1900 él le escribe: “Estoy solo con todo el mundo, salvo contigo. Qué feliz soy por haberte encontrado a ti, a alguien igual a mí en todos los aspectos, tan fuerte y autónoma como yo”. Existen varias cartas del noviazgo en las que Einstein debate con ella sus ideas de la relatividad e inclusive se refiere a “nuestra teoría” y le da trato de colega.

    A partir de estas evidencias , el investigador E. H. Walker concluyó que las ideas fundamentales de la teoría de la relatividad fueron de Mileva Maric, quien no concluyó la carrera dado que se hizo cargo del cuidado de los hijos: su primera hija murió al año y medio de edad; más tarde tuvieron dos hijos, uno con retraso mental, lo que desde luego exigió más cuidados…, de ella. 

   Así que él consiguió un puesto académico y tuvo tiempo para concluir sus estudios y desde luego para desarrollar la teoría arrogándose todo el crédito. El solo hecho de sugerir un plagio o que el cerebro masculino privilegiado de Einstein no sea tal, sigue desatando polémica en la sociedad científica . John Stachel, por ejemplo, replicó de inmediato a Walker: “Si bien es encomiable rescatar la figura de Mileva de la oscuridad, la historia de Einstein explotando a su esposa y robando sus ideas suena más a película de Hollywood que a una evaluación seria de las evidencias”.

     El grado de participación en sus descubrimientos es muy discutido fuera del ámbito científico. Ella era física y matemática, se sabe que participó en la primera etapa de su teoría, pero él nunca la mencionó. Decía: “Muy pocas mujeres son creativas. No enviaría a mi hija a estudiar física”

                           Albert y Marić se casaron el 6 de enero de 1903

  De este matrimonio nacieron Hans Albert Einstein, quien luego sería profesor de Ingeniería Hidráulica, en la Universidad de California, en Barkeley, y Eduard Einstein, quien fue internado en un instituto de salud mental, por padecer esquizofrenia.

   En una carta que Mileva Maric dirige a su amiga Helene Kaufler le informa satisfecha del logro alcanzado: “Hace poco hemos terminado un trabajo muy importante que hará mundialmente famoso a mi marido”.


   ¿Cómo rescatar aquellas largas conversaciones en que dos inteligencias brillantes fueron conformando la teoría a partir de un acertijo? ¿Aparecerán algún día papeles que confirmen que una mujer fue capaz de pensar y estructurar algo tan complejo como esa teoría? 

¿Será verdad que existen pruebas de que Einstein destruyó las cartas que hubieran podido probar la autoría de Mileva en la teoría de la relatividad? En esa pareja de físicos alguien tenía que cuidar a los niños, especialmente a uno que padecía trastornos mentales graves; alguien tenía que lavar y preparar la comida, y ése fue el papel que Einstein y la sociedad patriarcal asignaron a Mileva, quien subordinó todas sus aspiraciones a los objetivos de él, puso todos sus conocimientos a su servicio. Èl eligió el camino de la ciencia. 

    Walker volvió a la carga citando a un físico ruso que en los años 60 vio los manuscritos de 1905, los cuales estaban firmados Einstein-Mariti (Maric en húngaro), pero los originales no han aparecido. Finalmente, los defensores de Einstein cuestionan aún hoy: “¿y por qué Mileva nunca reclamó la autoría?”, el mismo argumento que se esgrime para dudar de la víctima cuando denuncia una violación años después.

   Al paso del tiempo la relación se tornó disfuncional. Ella ya no le resultaba divertida ni le aportaba nuevas ideas ni conocimientos. Las “reglas de conducta” que Albert Einstein le impuso por escrito son una cruda muestra de su autoritarismo y, a su vez, de la violencia sorda y psicológica que ejerció contra su esposa:

    Te encargarás de que:
1. Mi ropa esté en orden. 
2. Que se me sirvan tres comidas regulares al día en mi habitación. 
3.  Que mi dormitorio y mi estudio estén siempre en orden y que mi escritorio no sea tocado por nadie, excepto yo.
4. Renunciarás a tus relaciones personales conmigo, excepto cuando éstas se requieran por apariencias sociales. 
5. En especial no solicitarás que me siente junto a ti en casa. 
6. Que salga o viaje contigo.
7. Prometerás explícitamente observar los siguientes puntos cuando estés en contacto conmigo:
8. No deberás esperar ninguna muestra de afecto mía ni me reprocharás por ello. 
9. Deberás responder de inmediato cuando te hable. 
10. Deberás abandonar de inmediato el dormitorio o el estudio y sin protestar cuando te lo diga.

Por último, prometerás no denigrarme a los ojos de los niños, ya sea de palabra o de hecho.”

   Einstein volvió a casarse en 1915 con la prima de Mileva, Elsa, quien también era separada y con dos hijas. Un año después dio a conocer su teoría general de la relatividad durante un periodo pleno de vivacidad y alegría. ¿Y quién no estaría contento y productivo, si Elsa le organizó el hogar para su trabajo de investigación? Obedecía todas sus órdenes como restringirle el número de visitantes que aspiraban a hablar con él, ya que para entonces su fama era enorme.

   De los hechos se desprende que Einstein no quiso formar una pareja científica ni conceder ningún crédito en su teoría a Mileva. Y quizá de alguna manera le pagó su aportación a la teoría de la relatividad al otorgarle el importe en metálico del Nobel de Física, ocho años después del divorcio. Dinero que Mileva utilizó para proporcionarle a su hijo Eduard una mejor atención médica.

   Aún antes de conocer a Mileva, Einsten ya había dado muestras de su acendrado machismo durante la relación con Marie Winteler, la hija de su casero. Bastó que ella le manifestara su entusiasmo por irse de maestra a Olsberg para que Albert la acusara de “querer acabar con su relación”, cosa que no le impidió seguirle enviando su ropa sucia para que se la lavara.

   Las mujeres eran para él, además de manos que trabajan en todas las cosas fútiles del mundo, un objeto. Estaba convencido de que “muy pocas mujeres son creativas". No enviaría a mi hija a estudiar física. Estoy contento de que mi segunda mujer no sepa nada de ciencia”. Decía también que “la ciencia agría a las mujeres”, de ahí la opinión que le merecía Marie Curie: “nunca ha escuchado cantar a los pájaros”. Aun así, ese hombre de aspecto bonachón a los ojos del mundo que tenía el cerebro lleno de fórmulas y de ideas machistas, se atrevió a acuñar una frase hoy célebre: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.

   Durante toda su vida Albert Einstein estuvo convenientemente rodeado de mujeres, a pesar de que repelía su presencia: “Lo que yo admiraba más en Michele, como hombre, era el hecho de haber sido capaz de vivir tantos años con una mujer, no solamente en paz, sino también constantemente de acuerdo, empresa en la que yo, inevitablemente, he fracasado dos veces”. Margot, hija del primer matrimonio de Elsa, le acompañó en Princeton hasta su muerte, cubierta de fama y gloria, en 1955.

   El año 2005 fue declarado el Año Einstein, al cumplirse el centenario de la publicación de la teoría de la relatividad. Es difícil que en ese aniversario se mostrase que detrás del genio simpático y despreocupado de melena blanca y crespa habitaba un misógino que en el fondo menospreciaba a las mujeres, y más bien las prefería lerdas. ¿Salieron a la luz los claroscuros de su personalidad?

   Bertrand Rusell definió a Albert Einstein como “alguien a quien los asuntos personales no le ocuparon gran cosa de su mente… Pero alguien debía hacerlo y ese era el papel que reservaba a sus mujeres, es decir la responsabilidad del hogar y el cuidado de sus hijos”.

   Mileva Maric, la física-matemática, después de divorciada vivió algunos años en Berna, confinada en su casa. Murió sola y olvidada en un hospital de Zurich en 1948. 

 Me preguntó ¿qué habría pasado de haber podido continuar sus estudios y tener todo el tiempo para dedicarse a ellos?




  
Fuentes:

“La mujer detrás de Einstein”, La Jornada, 1/4/91 Arthur Spiegelman, “Einstein le leyó la cartilla a su esposa…”, La Nación, 23/11/96 Albert Einstein, Cartas a su novia Mileva, Princeton University Press, 1987